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ALFARERÍA
Podemos definir a la alfarería como el arte de fabricar vasijas con barro cocido, agregando también, la fabricación de diversas figuras bruñidas o pulidas, por ejemplo las antropomórficas y zoomórficas, o las conocidas ollas, vajillas, las milenarias pipas, ornamentos, objetos rituales e instrumentos musicales, juguetes, silbatos, etcétera.
Cada producto en cerámica implica muchas horas e incluso días de trabajo, dentro de cada pieza se encuentra inmerso el trabajo físico y la personalidad creativa de su autor.
ANTECEDENTES HISTÓRICOS
La mayoría de nosotros como mexicanos pertenecientes a una nación con tradición católica, conocemos el mito cristiano de la creación del primer hombre a base de barro. Dios nuestro creador, realizó el primer ser humano a través del arte de la alfarería, preparando una mezcla de arcilla y agua y para moldear a Adán a su imagen y semejanza.
El barro, es y ha sido a lo largo de la historia de la humanidad, el narrador de innumerables culturas y vestigio de la expresión de sus formas de vida, creencias y tradiciones, proporcionándonos datos para recrear en nuestra mente su probable cotidianeidad, desde la cocina y la casa hasta los ritos ceremoniales y de entierro. Al igual que otras conocidas áreas de la alfarería “aparece un poco antes del neolítico. En nuestro México prehispánico coincide su aparición y adquiere la personalidad de una actividad con especialización, conocimiento y el dominio del fuego, de las arcillas plásticas, de las formas y la manera de quemar, dependiendo del fin o la pieza deseada”.
En cuanto al ámbito histórico de Michoacán, la alfarería o cerámica ha representado, además de un arte espléndido, la huella que los pueblos que habitaron este territorio han dejado desde hace casi 1,500 años A.C. Las figuras, los procesos aplicados en su elaboración y el destino final de uso en cada pieza, así como sus coloraciones rojas, negras, azules, blancas o amarillas, nos remontan y ubican en tiempos remotos de cuando vivían nuestros antepasados remotos.
Un ejemplo del magnífico retrato histórico que nos proporciona la cerámica, lo encontramos en las figuras de El Opeño, mismas que forman parte de los rastros más antiguos de las culturas occidentales de México. Entre éstas figuras producto de afortunados hallazgos, hay representaciones completas de la vida ceremonial y cotidiana, como un juego completo de pelota, incluyendo los rasgos físicos de los personajes y sus ropas e instrumentos, y hasta figurillas de las mujeres espectadoras del partido, ¡con todo y peinado y joyas!
En la continuidad de los años y a la llegada de los españoles y después de la independencia, el pueblo purhépecha siguió preservando y modificando a su vez su estilo alfarero. Por lo que podemos encontrar pueblos alfareros completos, como Cocucho (con las cocuchas), San José de Gracia (trabajando las piñas verdes), Ocumicho (con sus peculiares diablitos, sirenas, gallinas y figuras fantásticas), Capula (con sus ollas de variados modelos y tamaños, vajillas, lámparas, macetas, etcétera), Patámban y Tlalpujahua (donde realizan cerámica de alta temperatura.
PROCESO DE FABRICACIÓN
El alfarero aprende su oficio por herencia de generación en generación, lo recibe desde pequeño (5 o 6 años de edad) y en el hogar que generalmente funciona como taller. Reciben los conocimientos de sus mayores, quienes les enseñan las bases esenciales del manejo y producción, y el aprendiz adquiere con la práctica y el tiempo sus propias formas de trabajar, sus propios secretos de elaboración, incluyendo modelo específicos.
“Cada uno de los miembros del taller, aunque se especialice en ciertas tareas, conoce y domina todas las partes del proceso. Cuando se usa descuidadamente una humilde cazuela de barro, no se piensa en todo el trabajo que oculta su hechura. Parece algo tan sencillo y cotidiano, tan natural. Se ha comprado tan barata. Sin embargo, es el resultado de una serie de procedimientos complejos y pesados de realizar. J. Guadalupe los describe con exactitud, pues los ha realizado desde que tiene memoria. Esto es lo que dice:
"Primero se comienza con la selección de barro, que es lo primordial. Es de lo más importante obtener un barro adecuado para la pieza que se va a hacer ya que cada barro tiene una diferente elasticidad y resistencia para hacer diferentes tipos de piezas. Los barros se reconocen fácilmente, cuando uno ya sabe hacerlo, casi a simple vista y tocándolos. Los más porosos y que contienen poca arena son los mejores para hacer loza. Ya cuando se tiene la selección del barro, nos dedicamos a la extracción: hay que sacarlo con pico y pala y luego recogerlo. Se trae para acá en costales para asolearlo y apalearlo. Se apalea para deshacer los terrones grandes y dejarlo listo para la molienda. Entonces se mete al molino para obtener un polvo muy fino. Antes todo lo hacíamos a garrotazos, pero ahora tenemos un molino con motor, que facilita un poco el trabajo. A la tierra ya molida se le da una cernida en cedazos hechos de madera y malla de alambre.
El grosor de la malla depende de qué tan fino se quiera el barro, dependiendo de las piezas que se vayan a hacer. Después de esto, el barro se moja y se empieza a amasar (mientras lo explica, Guadalupe está precisamente haciendo una gran masa, arrodillado en el suelo, incorporando hábilmente con sus manos la tierra y el agua, hasta que obtiene una masa oscura y flexible, que luego guardará en un lugar fresco, dentro de los cuartos de forjado y cubierta de plástico para que no pierda humedad), Ya amasado el barro, le damos un reposo de 20 a 24 horas, para que esté consistente y sea más fácil de manejar. Se le da una segunda amasada para suavizarlo antes de forjar la pieza. La forja empieza en ese momento, el pedazo de barro se pone sobre una piedra que usamos especialmente para este propósito, se echa encima un polvo que llamamos táchicua, y que sirve para que el barro no se pegue en la piedra mientras se forja. Lo primero es golpear el barro con el torteador sobre la piedra, para hacer una tortilla redonda. Ya cuando la tenemos lista, del tamaño y del grosor que se necesita, se somete al molde. Sobre el molde se le da una alisada para quitarle las certenejas -así le llamamos a las estrías que se le hacen al barro durante la forja.
A cada pieza, sea cazuela, olla o cajete, se le hace un filo en el borde del molde para que no se reviente al sacarla. Cuando está lista se pone a secar al sol, y se la está volteando constantemente para que al secarse no se endurezca más de unas partes que de otras. Cuando las piezas ya están duras pero todavía frescas, se les da una segunda alisada con una piedra y agua, para quitarle todas las certenejas y asperezas que pudiera tener. A las piedras de pulir nosotros les llamamos janamos. Se trabaja mejor y más rápido con piedras porosas que con las muy lisas. Este proceso es muy trabajoso y tardado, en eso se puede uno llevar todo el día. Cuando la pieza ya está bien alisada por dentro y por fuera, se le ponen las orejas si es olla o cazuela.
Después las piezas se siguen secando al sol. Si el clima es caluroso, un tiempo de 24 a 36 horas es suficiente para el secado. Si está húmedo y nublado pueden durar de cuatro a seis días. Ya cuando están secas, se quitan un rato del sol para que se tibien y puedan entrar al horno para la primera quema. Se carga el horno colocando las piezas, una encima de otra, formando como una espiral hasta que se llena. La preparación del horno tiene que hacerse desde antes, y lleva entre una hora y media y dos horas antes de meter el fuego. Mientras más grandes sean las piezas más rápido se carga el horno, y viceversa. También se hace una colocación especial cuando las piezas son más quebradizas, por ejemplo, si llevan picos o adornos salientes.
La primera quema dura de tres a cuatro horas, y después hay que esperar de doce a catorce horas para que se enfríe y se puedan sacar las piezas. Entonces se descarga el horno y las piezas pueden esmaltarse. Si las piezas además son decoradas, tienen que pintarse desde antes de la primera quema. Si alguna pieza se rompe en el horno, pues todo el trabajo de decorado se perdió también. Para preparar la greta (el esmalte de plomo que usa la gran mayoría de los alfareros tradicionales) nada más se pone en una cazuela grande un kilo de greta por una proporción de tizate, que es una especie de sílice y se mezclan con agua. El tizate hace rendir la greta.
Si se quiere que las piezas, por ejemplo, las cazuelas, lleven una decoración sencilla, antes de esmaltarlas se les embarra en el fondo un poco de greta teñida con óxido de manganeso o cobre. El efecto que se obtiene es un manchón café oscuro o verde, según se quiera. Después las piezas se esmaltan una por una y se dejan secar un rato. Finalmente, se meten de nuevo al horno para la segunda quema, que se llevará otras cuatro horas. El resultado va a ser un vidriado transparente y muy parejo. Nuevamente el horno debe dejarse enfriar diez o doce horas antes de descargarlo. Es entonces cuando ya la producción está lista y se entrega el pedido al cliente".
LUGARES DE PRODUCCIÓN
Ocumicho
Capula
Patámban